Continuamente, escuchamos hablar de la ansiedad como algo muy negativo, algo que es muy desagradable, que interfiere en nuestra vida cotidiana y nos genera malestar, e incluso como algo peligroso para la salud. Se habla de los trastornos de ansiedad y de la forma de afrontarla, pero muchas personas desconocen que, por sí misma, no es una reacción negativa o necesariamente patológica sino más bien todo lo contrario, ya que cumple una función esencial para la supervivencia del individuo.
En 1929 W. Cannon describió la ansiedad como una respuesta de lucha-huida, ya que se trata de una reacción primitiva y automática que nos prepara para luchar, o bien para huir del peligro. Y, efectivamente, si nos encontramos ante una situación potencialmente amenazante (fuego en el edificio, por ejemplo) tendremos que estar preparados para una acción inmediata, necesitamos que en nuestro cuerpo se activen una serie de cambios, encaminados a superar con éxito la situación (escapar de la llamas, sobrevivir). La finalidad de la ansiedad es proteger al organismo y sus intereses.
Nuestro actual mecanismo de defensa ha ido desarrollándose y mejorando a lo largo de miles de años de evolución. Los peligros a los que se encontraban expuestos nuestros antepasados estaban ligados a la supervivencia y a funciones primarias de lucha y huida (luchar contra animales, competir contra otros humanos, correr, pelear, esconderse…). Todas ellas, son acciones que requieren una activación muscular elevada. En la actualidad hay muchos peligros que no se pueden resolver atacando o luchando, pero seguimos conservando el mecanismo natural que pone en marcha la respuesta de ansiedad cuando interpretamos que una situación es peligrosa o amenazante.
¿Cuándo se considera un problema la ansiedad?
En la sociedad actual, esta característica innata del hombre se ha desarrollado de forma problemática, y muchas personas la viven como una emoción negativa y muy desagradable. La ansiedad patológica se vive como una sensación difusa de angustia o miedo, y deseo de huir, sin que quien lo sufre pueda identificar claramente el peligro o la causa de este sentimiento. Generalmente ocurre cuando éste sistema natural de alarma se ve desbordado y funciona incorrectamente, es decir, cuando la ansiedad es desproporcionada con la situación, o se presenta en ausencia de cualquier peligro ostensible. El sujeto se siente paralizado, con un sentimiento de indefensión y, en general, se produce un deterioro del funcionamiento cotidiano.
Cuando la ansiedad se presenta en momentos inadecuados, o es tan intensa y duradera que interfiere con las actividades normales de la persona, entonces ya podemos hablar de un trastorno. En estos casos, cuando el mecanismo de alarma se activa sin un peligro real evidente, sería un síntoma de que algo en nuestro sistema psicológico no va bien (por ejemplo, la forma de interpretar determinadas situaciones o la tendencia general a preocuparnos fácilmente por todo), y nuestro organismo nos avisa. Por tanto, es un sistema de defensa del organismo tanto como lo es la fiebre en una gripe y por ello, no hay que eliminarla sino ajustar lo que la origina.